miércoles, 18 de febrero de 2009

En una esquina de Buenos Aires


Esa noche la encontró sombría. No había visto en su mirada esa alegría, no había visto en ella esa luz que siempre la hacía brillar como una pequeña luciérnaga en aquel pequeño escenario. Su baile carecía de aquella magia que le da una mujer al tango.
Sus pasos eran fríos y calculados; no solo él notó esto. Al parecer, aquel cuarteto que se encontraba de turno tocando cuanta canción de Gardel pudiera vio que ella carecía de la esencia que lleva un baile como tal.
Esa noche el café "Tortoni" se mostró sombrío. Las flores que decoraban sus mesas no estaban frescas, había un aire de luto; aire que parecía apoderarse de la gente que ahí se encontraba.
Cuando la melodía concluyó, Anahí salió de allí tan rápido como pudo, sin decir adiós. Nadie percibió que ella se había retirado. Diego, quién iba todas las noches a verla, en cambio sentía cómo en su interior crecía una pequeña llama de duda respecto a la actuación de la joven aquella noche. Tomó una decisión y la siguió.
La encontró en la esquina de ese café, llorando, al ritmo de una canción que en la calle un hombre tocaba con su bandoneón.
Al verlo, Anahí lo reconoció. Pensó en huir, quería alejarse de él. Por dentro se preguntaba por qué tenía que hacerlo, por qué huir; al no encontrar una respuesta, decidió quedarse ahí, a la espera.

-¿Qué sucedió hoy? No vi la misma flor que noches atrás desprendían una vida y aroma únicos. Hoy se mostró marchita.
Le dijo Diego, un tanto nostálgico deseando tenerla entre sus brazos para consolarla y cuidarla por siempre.
Intentó hacerlo, pero la joven se apartó de él, suplicando que no lo hiciera en una mezcla de grito forzado y dolor.
La música cesó.
El le suplicó que le dijera que sucedía ya que tan enamorado estaba, no podía tolerar esa situación. Hay cosas que el corazón no resiste.
La joven, un tanto perturbada, tomó aire decidida a contestarle.
- Mis bailes no volverán a ser los mismos de antes. Mi alegría, pasión y corazón se fueron con un hombre que no me corresponde.
Lo miró a los ojos. Él, la tomo de sus manos.
- Yo puedo corresponderte -le dijo, sabiendo (por aquella profunda mirada) que era a él a quien hacía referencia- puedo darte cada pieza de tango, cada gota de pasión. -vio cómo aquel brillo volvía a florecer.
Se besaron unos instantes con un amor y una pasión únicos, tan únicos que parecían salir de un tango aún no escrito.
Comenzó entonces a llover y ella no pudo resistirlo.
- ¡No puedo amarte! - le dijo, rompiendo en lágrimas otra vez- debo olvidarme de ti ¡si no, no volveré a bailar nunca!

Y se fue de allí, dejando el corazón de un hombre enamorado hecho trizas, como a un niño a quien han despojado de su mayor ilusión, en aquella esquina de Buenos Aires.



Montserrat Patiño

0 comentarios: